UN PEQUEÑO GUSANO
Un indígena oriundo de Centroamérica había hallado la paz
en Dios. Había cambiado radicalmente, de una vida descontrolada y de
infidelidad, a una vida de verdadera satisfacción y paz. Siempre hablaba
de su salvación y de lo que Dios
había hecho por él. No le importaba
dónde estuviera ni quién estuviera viéndolo o escuchándolo. A todos les
daba el testimonio de su conversión.
Un día un amigo suyo le preguntó:
—Churunel, ¿por qué hablas tanto de Dios?
Churunel no respondió de inmediato, sino que comenzó a
recoger palitos y hojas secas que fue colocando uno sobre otro en un
círculo. Entonces buscó hasta hallar un gusanito, y lo puso en el centro
del círculo. Todavía sin decir palabra, encendió un fósforo y lo acercó
a las hojas y a los palitos secos.
El fuego dio la vuelta al combustible seco, y el gusanito atrapado comenzó a buscar locamente cómo salir, pero no podía.
Por fin el fuego avanzó hacía el centro, y el calor se fue
acercando al gusano. Éste, desesperado, levantó en alto la cabeza como
para respirar, cuando menos, un poco de aire fresco. El gusanito sabía
que su único refugio tendría que venir de arriba.
Al verlo así, Churunel se inclinó y le extendió sus dedos.
El gusano se asió de ellos y el indígena sacó el gusano de en medio del
fuego. Fue hasta entonces que emitió su primera palabra.
«Esto —explicó Churunel— es lo que Dios hizo por mí. Yo
estaba atrapado en los vicios del pecado, y no había esperanza de
salida. Había tratado, por todos los medios posibles, de salvarme a mí
mismo, pero me era imposible.
»Entonces el Señor se inclinó hacia mí y me extendió su
mano. Lo único que tuve que hacer fue tomarme de Él. Dios me sacó de esa
prisión. Por eso no puedo dejar de contarles a todos lo que hizo por
mí.»
Lo cierto es que aquel indígena describió a la perfección
lo que Dios puede y quiere hacer por cada uno de nosotros. Sin Dios
estamos atrapados. Más vale que reconozcamos de una vez por todas que la
vida real no respalda el argumento popular que dice: «El día que yo
quiera dejar el vicio, puedo dejarlo.» De no ser por una ayuda que venga
de arriba, moriremos en nuestros pecados.
Dios está cerca de nosotros y nos extiende la mano. Sólo
tenemos que tomarnos de ella. Churunel lo hizo y encontró paz. Así como
él lo han hecho millones más, y han hallado la paz. ¿Por qué no hacerlo
nosotros también? Dios quiere rescatarnos y darnos su paz.
La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. (Juan 14:27)
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