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lunes, 23 de junio de 2014

Antes de que la muerte me alcanze.

La vida es realmente absurda, inexplicable. Eso es lo que pienso cuando el doctor Vera me dice que los exámenes han llegado y no hay más duda. El papel lleva escrito: carcinoma anaplástico en el pulmón derecho, inoperable. Tengo cáncer y no hay más que hacer, me estoy muriendo. Si me hubieran dicho que había posibilidad de cura, tampoco la habría aceptado. Siempre
pensé que los tratamientos de cáncer casi nunca son efectivos, y mucho más en mi caso, inoperable. La mitad de mi familia a muerto de cáncer, otros tantos llevan consigo la terrible enfermedad. Y ahora yo me sumo a ellos, pero con una diferencia, a mi me queda como máximo un año, que yo sospecho no será así, sino solo unos cuántos meses de vida.


Cuándo hablaba con Diana, que es mi ex novia y alguien a quién todavía quiero como no pueden imaginar, siempre le decía que iba a morir joven. Ella reía. Yo sospecho que pensaba que bromeaba, pero no es así, ahora todo se ha vuelto realidad. Tengo dieciocho años y la muerte me va llegando de una manera lenta, vestida de cáncer. Y es que cuándo te estás muriendo parece que todo se aclara, ves a las personas en su manera real y sin titubeos. Puedo ver que a ella no solo la quiero, sino que me atrevería a decir que la amo. No en el significado absurdo y tonto que la humanidad le ha dado al amor, sino en el mío, que con suerte espero que haya entendido. Sin embargo, Diana nunca sintió nada por mi y me utilizó para tratar de olvidar a un tipo que desde su patético punto de vista cree que ella es una chica más, pero aún así la muy tonta está convencida que es el amor de su vida. Que patético.


Mi madre, al escuchar la noticia ha roto en llanto. Ella que tanto cree en Dios, siente que el todopoderoso le ha fallado. Me ha llevado a la iglesia, y a su grupo de oración para que las personas que dicen ser especialistas en sanación puedan curarme, orar por mi alma y quizás sanarme, pero todos han fallado, ya no hay cura. Por eso se ha encerrado varios días en su habitación y amanece con los ojos hinchados. Yo le he dicho que deje de llorar. Tú eres mi único hijo, me responde, y llora sin parar. Yo no soporto ver a mi madre llorar, ella que es una mujer tan buena está llorando porque me voy a morir, reclamándole a su Dios el por qué de su abandono, pero al parecer, él no la escucha. No quiere escucharla, se hace el sordo, creo yo.


En el hospital han dicho que tal vez la razón del jodido cáncer sea genética. Pero en un momento de valor reunido he dicho que no. No es así. Tengo que confesarlo, he fumado cigarrillos sin parar desde hace casi tres años, llegando al punto de ser un adicto, he probado marihuana, cocaína y muchas otras drogas de las cuales no recuerdo ni siquiera el nombre. Si tengo cáncer, es culpa mía. Todo es culpa mía, y lo asumo. No aceptaré nada de quimioterapias ni tratamientos para vivir si acaso unos meses más. No quiero generar gastos innecesarios, ni fingir que soy fuerte. No lo soy, prefiero morir a mi manera, a mi estilo de pensar. En casa, cómodo, quizás gritando de dolor, pero sin molestar a nadie, sin que nadie me visite ni diga que todo va a estar bien.


Ahora que me estoy muriendo todos me quieren, no sean hipócritas. Si sienten algo díganlo antes, no ahora que ya no hay esperanza. He esperado toda mi vida para escuchar aquellas palabras de personas que no esperaba, y lo dicen cuándo ya no hay marcha atrás y me estoy muriendo. No quiero oírlos, aléjense lo más posible. Ahora que mi padre me había heredado parte de sus tierras y me manda dinero. Ahora que todo parecía mejorar y tener un disfraz de felicidad, viene el doctor Vera y me dice que tengo cáncer, que de nada me vale tener todo si no tengo vida. Estoy frustrado y triste, quiero llorar, morirse no es bonito. Mucho menos de cáncer, duele, no tengo ni siquiera fuerzas para tomar un taxi y despedirme de las personas que quiero. Tengo náuseas y no puedo respirar bien. A duras penas escribo esto, y sin embargo, espero que nadie se entere que me estoy muriendo, porque vendrán con rosas y regalos, y dirán palabras que luego olvidarán para alguien por quien nunca sintieron nada.


Lo peor de todo es que nadie sabe que tengo cáncer, solo las personas que viven en mi casa y unos cuántos amigos cercanos. Los demás están convencidos que mi vida será plena y duradera, que mis sueños de ser médico se cumplirán, que tendré una esposa y me casaré. Que tendré hijos y una clínica, que viajaré y me mudaré, y con suerte no me divorciaré. Todos piensan que mi vida sigue como antes, fresca y sin importancia. Ojalá que cuando se enteren que he muerto no vengan a casa. No quiero visitas, solo quiero pasarla escribiendo y leyendo las obras que siempre quise, hechado en mi cama, por ratos llorando, pero más riendo.


Ahora que todo mejoraba, estoy muriéndome. Podría viajar a París, a Barcenola, a Miami o por mi país. Ahora que tengo el dinero, no tengo las fuerzas. Me deprime saber que ahora que por fin me cae la plata y puedo hacer lo que quiera, no puedo. Mi madre asistirá a mi funeral, quizás mis amigos y quizás Diana. Todos dirán unas cuántas palabras, llorarán y luego se marcharán. En unos cuántos años olvidarán todo, y la humanidad habrá continuado sin mi existencia. De momento y antes de que la muerte me alcanze solo tengo algo que decir: Querida muerte, cuándo tú llegues, los aplausos me los habré llevado yo.

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