Desde luego que Satanás tiene más que siete mentiras, es rico en engaños y estafas. Pero lo que quiero destacar aquí es que estas mentiras están dirigidas especialmente a quienes todavía no son salvos. Es a esos a los que Satanás más usa. Recordemos lo que dijo Jesús, de cómo el diablo se especializa en la mentira y el engaño:
“¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Jn. 8:43, 44).
Para poder mantener al perdido alejado del Salvador, Satanás como dueño de ese producto se vale de la mentira. Este artículo está dirigido muy especialmente a las personas que escuchan el evangelio, porque es a esos a quienes Satanás les ofrece muy buenas excusas. Vuelvo a repetir, el diablo tiene más que siete mentiras, pero sólo vamos a examinar esas que emplea con mayor frecuencia, ya que el espacio no nos permite más.
I. «Todavía no, después lo haré»
Satanás no siempre puede mantener a su víctima alejada de la Palabra de Dios. Es bastante común que el hombre o la mujer pecadores, asistan a una conferencia bíblica, lean la Biblia o alguna literatura cristiana. Todo esto bien puede llevarlos a decidirse por Cristo y escapar de las garras de este tirano, “padre de mentira”. Es entonces, cuando el pecador se expone a la Palabra, que Satanás pone a funcionar su arsenal de excusas, cuando nota que el pecador está decidiendo o que se está dando cuenta de que ha llegado el momento de arrepentirse, confesar sus pecados y depositar su fe en Cristo para ser salvo por su gracia. Es entonces cuando este mentiroso le dice al oído: «Está bien, todo es verdad, estás perdido, todo lo que has oído o leído es cierto, pero… déjalo para otro día, mañana por ejemplo, podrás convertirte».
Lo que Satanás no le dice a este pecador, es que está por cometer el pecado de presunción. Porque con una actitud así, el pecador pretende tener dominio sobre su vida. Es como si dijera: «Ya tendré oportunidad mañana, dentro de una semana, dentro de un mes, etc.» Satanás sabe que cualquier tiempo que el pecador le conceda, aunque sean unas horas, puede ser suficiente para alejarlo definitivamente de su inquietud espiritual.
Si usted ha caído en esta trampa, quiero que antes de hacerle caso al diablo, recuerde estas advertencias bíblicas:
“Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto” (He. 3:7, 8).
“Antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado” (He. 3:13).
“Entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación” (He. 3:15).
“Otra vez determina un día: Hoy, diciendo después de tanto tiempo, por medio de David, como se dijo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (He. 4:7).
“Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Porque dice: En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Co. 6:1, 2).
Todas estas advertencias son para que el pecador no posponga su decisión. Advierten del serio peligro que hay en ello. Puede sobrevenir una muerte inesperada que acabe así con cualquier oportunidad, Dios tiene el poder para endurecer el corazón del pecador al punto que ya no le es posible tomar una decisión: “Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Ts. 2:11, 12).
“Antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado” (He. 3:13).
“Entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación” (He. 3:15).
“Otra vez determina un día: Hoy, diciendo después de tanto tiempo, por medio de David, como se dijo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (He. 4:7).
“Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Porque dice: En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Co. 6:1, 2).
Todas estas advertencias son para que el pecador no posponga su decisión. Advierten del serio peligro que hay en ello. Puede sobrevenir una muerte inesperada que acabe así con cualquier oportunidad, Dios tiene el poder para endurecer el corazón del pecador al punto que ya no le es posible tomar una decisión: “Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Ts. 2:11, 12).
Es posible también que la Iglesia sea arrebatada, entonces ya será tarde cualquier intento de salvación.
Vemos entonces que a Satanás le interesa muchísimo que el pecador posponga su decisión, porque «Mañana» bien puede ser «Nunca».
II. «Debo estar seguro de que podré ser fiel»
Es común escuchar esto. Hay quienes dicen: «Bueno, una cosa así hay que tomarla con calma, porque intentar ser cristiano en una forma precipitada y luego no poder cumplir, ¡sería como burlarse de Dios!»
Veamos lo que dice en Hechos 16:27-34: “Despertando el carcelero, y viendo abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada y se iba a matar, pensando que los presos habían huido. Mas Pablo clamó a gran voz, diciendo: No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí. Él entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y enseguida se bautizó él con todos los suyos. Y llevándolos a su casa, les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios”.
Todo esto lo dice la Biblia, pero supongamos que el carcelero hubiera querido“estar seguro de poder cumplir” y por ello hubiera entablado la siguiente conversación con Pablo y Silas: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” Y luego, al oír la respuesta hubiera dicho: «Bueno, permítanme pensarlo bien. Tengo esposa e hijos, tengo amigos y superiores. Primero debo estar bien seguro de que mi familia me acompañará en esta nueva fe… Esto es algo muy serio, no se puede jugar con Dios. No quiero fracasar, quiero emprender ese camino cuando esté totalmente seguro de poder cumplir con los mandamientos de Dios».
Parecen lógicas las supuestas reflexiones de este hombre. Pero… ¿Puede uno estar en una condición de mayor fracaso y peligro que vivir sin ser salvo? Si un profesional quiere cambiar de profesión, es bueno que primero haga cuentas. Si ya tiene una profesión, no sería prudente renunciar a ella por algo incierto. Pero… ¿Qué puede perder un leproso, sino la lepra, en caso de que le ofrezcan un tratamiento? ¿Qué puede perder un ciego, sino la ceguera, si le ofrecen una cura? ¿Qué puede perder un hombre que está muriendo de hambre y de sed, en caso de que le ofrezcan alimento y agua?
Son muchos los que toman textos fuera de su contexto y se los aplican a los perdidos cuando en realidad dicho texto corresponde al cristiano y a su deseo de ser misionero, pastor o evangelista de tiempo completo. Uno de estos textos es:“Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:25-33).
Esta enseñanza no debe aplicarse al cristiano. No es cierto que el Señor esté diciéndole al inconverso que primero debe ver bien, sacar cuentas y considerar si puede ser cristiano. Esta enseñanza es para aquellos que creen que han recibido un llamamiento divino, que tienen vocación pastoral o algo así. Que creen que deben dedicarse por entero a la obra espiritual. Ellos tendrán que ver si están dispuestos a someterse a pruebas de todo tipo: un salario pobre, desprecio de parte de sus familiares y de los incrédulos, iglesias carnales, indiferencia e incredulidad cuando tratan de ganar un alma, falta de beneficios sociales para él y su familia, acusaciones falsas, etc.
Hay jóvenes, sobre todo varones, que al escuchar a un gran expositor bíblico, al ver a un pastor con una congregación poderosa y notar su prestigio, se entusiasman porque no saben las penurias por las que tuvo que haber pasado este hombre. Pero la salvación es un don divino, usted sólo tiene que aceptarlo. La salvación en sí no requiere esfuerzo alguno del pecador. Todo lo que el pecador tiene que hacer es recibir a Jesucristo como su Señor y salvador, amarle y servirle. Nunca llegará el día en que “se siente seguro de poder permanecer fiel”. La Biblia dice: “No por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:9).
Otro pasaje que confunden la gran mayoría es este que dice: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt. 24:13). Sólo hay que fijarse en qué contexto se encuentra esta declaración solemne para notar que la palabra “persevere” se aplica directamente a los judíos sobrevivientes de la gran tribulación. Los cristianos ya son salvos, no hay nada que tratar después. La supervivencia de los judíos durante la gran tribulación será su garantía de que recibirán con gozo al Señor Jesús como su Mesías y de que llorarán con gran lamento por haberlo rechazado.
El pecador no tiene por qué preocuparse de no poder cumplir, porque nadie puede cumplir algo. Jesús dijo: “Consumado es…” (Jn. 19:30). Él consumó, cumplió y concluyó nuestra salvación. También dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10:27, 28).
Jesús no dice: «Mis ovejas DEBEN oír mi voz», porque los salvos lo están haciendo.
Jesús no dice: «Mis ovejas DEBEN seguirme», sino “me siguen”.
Jesús no dice: «Mis ovejas DEBEN tener vida eterna», sino “yo les doy vida eterna”.
Jesús no dice: «Mis ovejas NO DEBEN perecer jamás», sino “no perecerán jamás”.
Jesús no dice: «Mis ovejas DEBEN permanecer en mi mano», sino “nadie las arrebatará de mi mano”.
Jesús no dice: «Mis ovejas DEBEN seguirme», sino “me siguen”.
Jesús no dice: «Mis ovejas DEBEN tener vida eterna», sino “yo les doy vida eterna”.
Jesús no dice: «Mis ovejas NO DEBEN perecer jamás», sino “no perecerán jamás”.
Jesús no dice: «Mis ovejas DEBEN permanecer en mi mano», sino “nadie las arrebatará de mi mano”.
Años después Pablo afirmó: “Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día”(2 Ti. 1:12). “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:33-38).
La Biblia afirma que el cristiano llega a ser hijo de Dios por la obra milagrosa del nuevo nacimiento que el Señor mismo le otorga, cuando después de escuchar la Palabra de Dios, arrepentido deposita su fe en él, recibiéndole como su salvador personal todo suficiente. Ningún bebé en el vientre de su madre dice: «Tengo que estar seguro de que podré sobrevivir y seré victorioso». Lo que ocurre es, cuando llega el momento, el bebé nace. Lo mismo sucede con el nacimiento espiritual, con la diferencia de que en el nacimiento físico el bebé no tiene participación alguna. Todo el proceso sigue una ley biológica establecida por Dios y el niño nace. Pero en el caso del nacimiento espiritual, el pecador experimenta el nuevo nacimiento si quiere, si no quiere, no lo logra. Una vez que el pecador desea la salvación, el Espíritu Santo se encarga de que experimente el nuevo nacimiento.
III. «¡Es que hay tantas religiones!»
La tercera mentira de Satanás consiste en confundir al pobre pecador haciéndole ver que hay demasiadas religiones. Realmente, la fábrica de todas las religiones es ahora supervisada por Lucifer. Es cierto que las hay, y muchas, así ha sido siempre, pero Jesús nunca se refirió a religión alguna cuando habló de la salvación y de la vida cristiana. Cuando les habló a los religiosos de su tiempo, les reprochó por su hipocresía; así se halla registrado en el capítulo 23 de Mateo.
Jesús no era un religioso, fue incluso acusado por los escribas y fariseos porque se juntaba con mucha gente y denunciaba las apariencias de los religiosos. Los apóstoles no eran religiosos, tampoco los profetas. Mas bien fueron perseguidos por ellos. No solamente hay muchas religiones, sino también muchas profesiones, corrientes políticas, filosofías, deportes, oportunidades, etc. Pero cuando se trata de la salvación del pecador, Jesús dice: “Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino. Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:4-6).
Pedro, hablando de Jesús dijo: “Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch. 4:11, 12).
¿Quiere llegar al cielo? Jesús es el camino.
¿Quiere estar en la verdad? Jesús es la verdad.
¿Quiere tener vida eterna? Jesús es la vida eterna.
¿Quiere salvación? En ningún otro hay salvación, sino solo en Jesús.
Dios no le pide cuentas de por qué hay tantas religiones. Dios no le exige que escoja una religión, la verdadera, entre tantas. Muchos años antes de Cristo, Dios, hablando por boca de Isaías y refiriéndose al único camino de salvación, dijo: “Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda. Entonces profanarás la cubierta de tus esculturas de plata, y la vestidura de tus imágenes fundidas de oro; las apartarás como trapo asqueroso; ¡sal fuera! les dirás” (Is. 30:21, 22).
¿Quiere estar en la verdad? Jesús es la verdad.
¿Quiere tener vida eterna? Jesús es la vida eterna.
¿Quiere salvación? En ningún otro hay salvación, sino solo en Jesús.
Dios no le pide cuentas de por qué hay tantas religiones. Dios no le exige que escoja una religión, la verdadera, entre tantas. Muchos años antes de Cristo, Dios, hablando por boca de Isaías y refiriéndose al único camino de salvación, dijo: “Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda. Entonces profanarás la cubierta de tus esculturas de plata, y la vestidura de tus imágenes fundidas de oro; las apartarás como trapo asqueroso; ¡sal fuera! les dirás” (Is. 30:21, 22).
Cuando usted nació, ya había muchas religiones y las habrá después que muera. Pero el Salvador es uno solo. Es el Redentor quien murió por nuestros pecados, quien nunca pecó, quien resucitó al tercer día y quien está a la diestra de Dios. Él es quien intercede por todos los cristianos, quien recogerá a su Iglesia en breve, quien vendrá para reinar en el reino milenial, quien juzgará a todos los impíos en el día postrero y los arrojará en el lago de fuego, el infierno. ¡Esto no lo hará religión alguna! A usted lo único que debe interesarle es la cuestión de su condenación. Para ello debe acudir a Cristo Jesús, despojándose aun de su propia religión, cualquiera que ésta sea.
IV. «No creo que Dios me perdone»
Son muchos los pecadores a quienes Satanás les ha dicho: «Eres demasiado pecador, ya no tienes salvación, Dios jamás te perdonará. El cristianismo es para esos que son morales, buenos, intachables y limpios». Nunca olvide que estos pensamientos son el producto del mentiroso y padre de mentira. No necesitamos más que ver la clase de gente con que Jesús trató y cómo les ofreció salvación aun a los peores pecadores. Tomemos dos ejemplos de la Biblia:
Zaqueo: La historia de este hombre y su encuentro con Jesús se halla registrada en Lucas 19:1-10. Dice la Biblia que era un cobrador de impuestos y que era de baja estatura, que deseaba ver personalmente a Jesús, y finalmente, que quería verlo secretamente. Cuando Jesús le dijo que se bajara del árbol en que estaba subido, porque él mismo iría a posar en su casa, lo hizo de inmediato y le ofreció gozoso su hogar. Fue tan grande el impacto que hizo Jesús en la vida de este hombre, que dijo: “…He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”(Lc. 19:8-10).
Si no tiene idea de cuán malo era Zaqueo, recuerde que los enemigos de Jesús lo acusaron por reunirse con la lacra de la sociedad de su tiempo, que eran los publicanos y las mujeres de mal vivir. Jesús dijo públicamente en la casa de Zaqueo, que su misión era buscar y salvar a los pecadores. Hasta la fecha, él sigue buscando a los pecadores para salvarlos: “Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mt. 9:13b).
Si no tiene idea de cuán malo era Zaqueo, recuerde que los enemigos de Jesús lo acusaron por reunirse con la lacra de la sociedad de su tiempo, que eran los publicanos y las mujeres de mal vivir. Jesús dijo públicamente en la casa de Zaqueo, que su misión era buscar y salvar a los pecadores. Hasta la fecha, él sigue buscando a los pecadores para salvarlos: “Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mt. 9:13b).
Una mujer pública: En Juan 8:1-11, Juan registra un incidente singular entre Jesús y unos religiosos que hallaron a una mujer pecadora. Pero note que Jesús no cuestionó las acusaciones de ellos. No dijo que esa mujer no era pecadora, que «todos adulteran», sino solamente manifestó: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”(v. 7).
¿Sabía usted que entre ellos había uno sin pecado, pero que no arrojó esa piedra? ¿Recuerda el nombre de ese hombre sin pecado? ¿Recuerda lo que ese hombre sin pecado dijo después de hacer la invitación?: “Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (vs. 10, 11).
¿Sabía usted que entre ellos había uno sin pecado, pero que no arrojó esa piedra? ¿Recuerda el nombre de ese hombre sin pecado? ¿Recuerda lo que ese hombre sin pecado dijo después de hacer la invitación?: “Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (vs. 10, 11).
Existen hoy muchos hombres y mujeres con pecados similares. El flagelo de la sífilis, la gonorrea y el sida, son producto de la inmoralidad sexual y la prostitución de hombres y mujeres. A pesar de todo, ellos son objeto del amor de Dios si verdaderamente están dispuestos a aceptar su respuesta: “No peques más”. El cielo les abre sus puertas si ellos abren la puerta de sus corazones al Salvador y no rechazan su perdón.
Si piensa sinceramente que Dios no le perdonará por ser demasiado pecador, si esto no es solamente un argumento para desentenderse de Jesús, el siguiente incidente borrará todas sus dudas y le convencerá de que verdaderamente hay perdón total en Cristo: “Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió. Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos. Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar justos, sino a pecadores, al arrepentimiento”(Mt. 9:9-13).
Si quiere buscar a la peor gente de la sociedad, si quiere ver a los viciosos, degenerados, ladrones, estafadores, drogadictos, obscenos, adúlteros, fornicarios, avaros, borrachos y desenfrenados, aquí los tiene. En los días de Jesús, el rótulo más grave para una persona era «publicano y pecador». Ningún religioso se juntaba con esta gente, jamás habría aceptado una invitación de alguno de ellos. Jamás habría permitido que alguien le viera con uno de estos. Pero Jesús aceptaba las invitaciones de ellos, comía con ellos y les hablaba del amor de Dios, de la oportunidad de recibir una nueva vida, del arrepentimiento y la regeneración. Usted, quienquiera que sea, le aseguro que tiene la preciosa oportunidad de ser salvo si tan sólo cree en el perdón completo que Jesús le ofrece hoy mismo.
V. «Yo no soy tan malo»
Así somos los humanos, mientras unos se consideran demasiado pecadores, otros piensan que son demasiado buenos, santos, piadosos y que en realidad no necesitan de Dios, ni del perdón de sus pecados ni del sacrificio de Cristo ni nada de eso. Satanás es el dueño de ambas mentiras. No todos son muy malos, ni todos muy buenos. Él tiene suficiente argumentos para ambos grupos. Hay quienes dicen: «Siempre voy a la iglesia». «Siempre doy limosnas y ayudo a los pobres». «No insulto, ni critico a nadie, no busco pleitos». «Hago penitencia, cumplo con mis promesas, rezo todos los días y ando bien con todos». Pero la Biblia dice que todos somos malos y pecadores: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”(Ro. 3:23).
Aunque usted tenga buen carácter, ayude a otros y no hable mal de nadie, a pesar de todo es pecador. Incluso es probable que se sienta mejor que los demás y que crea que su vida agrada a Dios. Entonces le recomiendo que lea todo el capítulo 10 del libro de Hechos de los Apóstoles, allí verá una figura insuperable en cuanto a la conducta, pero que no era salvo. La cuestión no es si uno es bueno o es malo, la cuestión radica en si la persona es salva o no, tal como dijera el Señor Jesucristo: “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba al pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc. 18:9-14).
VI. «No entiendo la Biblia»
Satanás suele meter en la cabeza de las personas la mentira de que la Biblia no se puede entender. Ciertamente hay algo de verdad en esto, porque tampoco los ciegos pueden distinguir los colores. Las personas que no pueden entender la Biblia es porque no son salvas. Pero usted no tiene que comprender la Biblia para ser salvo, porque después la entenderá. Lo importante es que la Biblia sí le entiende a usted y lo describe con detalles sorprendentes. Mientras no sea salvo, no va a comprenderla: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo”(1 Co. 2:14-16).
El Espíritu Santo que asiste al creyente regenerado, no lo hace con el pecador no regenerado: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Jn. 16:13).
En otro lugar leemos: “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual”(1 Co. 2:12, 13). Sería extraño que una persona no regenerada pudiera entender bien las Escrituras e interpretarlas correctamente. Sería como si un ciego de nacimiento, en su condición de invidente, distinguiera los colores. Si el inconverso no entiende la Biblia, ¡es simplemente natural, es bíblico, así debe ser!
VI. «No entiendo la Biblia»
Satanás suele mecer en la cabeza de las personas la mentira de que la Biblia no se puede entender. Ciertamente hay algo de verdad en esto, porque tampoco los ciegos pueden distinguir los colores. Las personas que no pueden entender la Biblia es porque no son salvas. Pero usted no tiene que comprender la Biblia para ser salvo, porque después la entenderá. Lo importante es que la Biblia sí le entiende a usted y lo describe con detalles sorprendentes. Mientras no sea salvo, no va a comprenderla: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espirituahnente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Co. 2:14-16).
El Espíritu Santo que asiste al creyente regenerado, no lo hace con el pecador no regenerado: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Jn. 16:13).
En otro lugar leemos: “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras ensenadas por sabiduría humana, sino con las que ensena el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Co. 2:12,13). Sería extraño que una persona no regenerada pudiera entender bien las Escrituras e interpretarlas correctamente. Sería como si un ciego de nacimiento, en su condición de invidente, distinguiera los colores. Si el inconverso no entiende la Biblia, ¡es simplemente natural, es bíblico, así debe ser!
VII. «Temo el ‘qué dirán’»
Hay innumerables personas que no aceptan a Cristo, no porque no sientan el deseo y la necesidad, lo que ocurre es que tienen vergüenza de hacerlo porque saben que sus familiares y amigos se burlarán de ellos. El mundo presente está bajo el dominio de las tinieblas, predomina el pecado. Por lo cual, todo intento de escapar de semejante vida, es visto como fuera de lo común.
Jesús, hablando de esto en cierta ocasión, dijo: “Porque el que se avergonzare de mí y mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Mr. 8:38).
En la actualidad no es nada popular ser cristiano. En algunos círculos es realmente motivo de vergüenza declararlo. Pero los papeles cambiarán, llegará el día que el Salvador vendrá con sus santos ángeles y destacará a unos y rechazará a otros.
0 comentarios:
Publicar un comentario