Me llamaron ayer para ir a visitar a un anciano de 82 años, que está
bien de salud pero que se encuentra muy solo. Es soltero y muy culto,
mantiene toda su lucidez, pero su problema es que casi todos los
parientes más cercanos de su generación ya han dejado este mundo, así
que le resulta muy difícil entablar conversaciones que le entretengan lo
más mínimo. Dice que la Tv le distrae, aunque prefiere la radio, "el transistor" como él le llama, en el que escucha "el parte"
(las noticias). Mi intención no era otra que la de estar un rato con
él, ya que es hombre religioso y sale todas las mañanas a dar un
paseito, luego no necesitaba otra cosa más que lo escucharan. Para
nosotros los curas, es un alivio que nos avisen para visitar personas
así, ya que la mayoría de las veces que nos reclaman para ver un anciano
o un enfermo es ya en una situación más cercana a la muerte, donde el
diálogo es más bien inexistente...
Como digo, fui esta mañana a verle. rezamos un rato juntos y hablamos de
religión, de fútbol, de política y hasta de toros (menos mal que a
pesar de mi incultura en este último tema pude salir al quite, nunca
mejor dicho...). Cuando ya la conversación había llegado a un punto
muerto, y me disponía a abandonar la sala por falta de repertorio, me
dice el amigo: (voy a intentar transcribir la conversación textualmente)
"Padre, ¿sabe porqué estoy viviendo tanto?"
Tengo que reconocer que la pregunta me bloqueó. Meneé la cabeza en señal de absoluta ignorancia y deje que él siguiera hablando.
"Pues se lo voy a explicar a usted. Yo no soy el más bueno de mi
familia, pero si el que más reza. Así que he llegado a la conclusión de
que Dios me quiere aquí para que rece por todos mis difuntos, que son ya
muchos."
Mi silencio era aún mas profundo. Aquel hombre, un estorbo para lo que la sociedad considera hoy "un ser productivo"
me acababa de dar una lección de las que no se aprenden en los libros.
Su reflexión, lejos de ser una chochez senil es un tratado completo de
espiritualidad cristiana.
Ya esta tarde, reflexionando, me he dado cuenta de que ese bendito
anciano ha llegado por su propia experiencia personal a descubrir lo
único que merece la pena en esta vida: el amor a Dios y el amor a los
seres queridos, conjugados perfectamente a través de la oración.
Hoy, por ello, quiero romper una lanza en favor de aquellos que lo han
dado todo por nosotros, nuestros mayores. Aquellos que están lúcidos y
aquellos que son victimas del alzheimer o la demencia senil. Aquellos
que estan en sus casas y aquellos que han sido abandonados en asilos
llenos de confort y vacíos de cariño. Aquellos que encuentran un sentido
a sus días y aquellos que solo desean que la muerte los recoja pronto. A
todos ellos, gracias por ser tal y como sois. Así os quiere Dios y así
llegaréis un día a su presencia.
Seguiré visitando a mi amigo, y a buen seguro, seguiré aprendiendo más cosas de él.
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